La Verdadera Musulmana Cuida Su Cuerpo
Introducción
El Islam alienta a los musulmanes a destacarse entre la gente y distinguirse por su vestimenta, apariencia y comportamiento, para que sean un buen ejemplo, y dignos portadores del gran mensaje a la humanidad. De acuerdo al Hadîz narrado por el gran Sahâbi Ibn Al Handhaliiah, el Profeta le dijo a sus compañeros cuando estaban viajando para encontrarse con algunos hermanos en la Fe:
"Si vosotros vais a visitar a vuestros hermanos, arreglad vuestras monturas y aseguraos de vestir bien, para que os destaquéis entre la gente como un ornamento, porque Allah no ama lo desagradable".[*]
El Profeta consideraba que tener una apariencia desarreglada y descuidada, y usar ropas y accesorios desaseados era una forma de repulsión detestada y prohibida por el Islam.
El Islam estimula a los musulmanes en general a resaltar entre la gente. La mujer musulmana en particular, es estimulada a distinguirse del resto de la gente en cuanto a su apariencia, porque esto se refleja positivamente en ella, su marido, familia e hijos.
La mujer musulmana no descuida su apariencia, no importa cuán ocupada esté con sus quehaceres domésticos, y sus deberes como madre. Ella se interesa en lucir bien, sin irse a los extremos, porque una buena apariencia es una señal de cuán bien se comprende a sí misma, a su identidad islámica, y su misión en esta vida. La apariencia externa de una mujer no puede estar separada de su naturaleza interna: un exterior pulcro, arreglado y limpio, refleja un carácter interno noble y decente, ambos compilarán el carácter de la verdadera mujer musulmana.
La musulmana inteligente y lista es quien se esfuerza en mantener un equilibrio entre su apariencia externa y su naturaleza interna. Es consciente de que está compuesta de un cuerpo, una mente y un espíritu, y otorga a cada uno la atención que se merece, sin exagerar en un aspecto en detrimento de los otros. Al buscar esforzarse en encontrar el equilibrio justo, ella está siguiendo la prudente guía del Islam que la impulsa a realizar eso.
¿Cómo puede la mujer musulmana lograr el equilibrio entre su cuerpo, mente y espíritu?
1 - SU CUERPO
Moderación con la comida y la bebida
La musulmana cuida bien de su cuerpo, promoviendo su buena salud y vigor. Ella es activa, no es endeble ni excedida de peso. Por tal razón, no come en exceso, solamente come lo necesario para mantener su salud y energía. Esto es en concordancia con la guía de Allah en el Corán:
[Y comed y bebed con mesura, porque Allah no ama a los inmoderados.] (7:31)
El Profeta también aconsejaba la moderación en la comida y la bebida:
"No hay peor receptáculo que los hijos de Adán llenen por demás que sus propios estómagos. Pero si deben llenarlo, entonces que asignen un tercio para la comida, un tercio para la bebida y un tercio para el aire".[1]
‘Umar dijo:
"Tened cuidado de llenar vuestros estómagos con comida y bebida porque es dañino para el cuerpo y causa dolencia y pereza a la hora de efectuar las oraciones. Sed moderados tanto en la comida como en la bebida, pues es más saludable para vuestros cuerpos y os ayuda a erradicar de vosotros la prodigalidad. Allah detesta al hombre gordo (es decir quien se deleita con una vida de lujos, entre ellos la buena comida en demasía), y quien prefiera sus deseos por sobre su religión se habrá condenado."[2]
La musulmana, también se pone a resguardo de las drogas y de los estimulantes, especialmente los que son claramente conocidos como Harâm, y evita los malos hábitos que muchas mujeres han adquirido en las sociedades desviadas de la guía de Allah y Su Mensajero. Por ejemplo, permanecer hasta tarde por la noche para desperdiciar el tiempo en recreaciones ociosas. Ella preferentemente se va a dormir temprano y se levanta temprano para comenzar las actividades del día con energía y entusiasmo. No debe debilitar su energía permaneciendo largas horas por la noche y con malos hábitos. Ella siempre se mantiene activa y eficiente para que sus quehaceres del hogar no la agoten, y pueda cumplir con sus objetivos.
Ella comprende que la creyente fuerte es más amada por Allah que la creyente débil, así como lo enseñó el Profeta . Siempre procura fortalecer su cuerpo por medio de una modo de vida saludable.
Ella practica ejercicios regularmente
La mujer musulmana no debe olvidar mantener su buena condición física y energía, siguiendo las saludables prácticas recomendadas por el Islam. Pero no se encuentra satisfecha solamente con lo natural, es decir, una dieta saludable referida anteriormente. Ella también sigue un plan organizado de ejercicios apropiados para su condición física, peso, edad y posición social. Estos ejercicios le proporcionan a su cuerpo agilidad, belleza, buena salud, fuerza e inmunidad a la enfermedad. Esto la predispondrá mejor para llevar a cabo sus obligaciones, y la volverá más apta para cumplir su rol en la vida, ya sea como esposa o como madre, sea joven o anciana.
Su cuerpo y sus vestidos están limpios
La musulmana que verdaderamente observa las enseñanzas del Islam mantiene su cuerpo aseado y sus vestimentas muy limpias. Se baña con frecuencia, en conformidad con la enseñanza del Profeta quien aconsejaba a los musulmanes tomar baños, especialmente los viernes: "Tomad un baño los viernes y lavad vuestras cabezas aunque no estéis en estado de yanâbah (impureza, por ejemplo después de tener relaciones sexuales), y usad perfume".[3]
"Quien asista a la oración del viernes, sea hombre o mujer, debe tomar un baño (gusl)".[4]
El Profeta colocó tal énfasis en la pulcritud y en el baño que algunos de los A'immah consideraron la realización del gusl antes de la oración del viernes como algo obligatorio (uâyib). Abû Hurairah relató que el Profeta dijo:
"Es deber de todo musulmán tomar un baño (al menos) una vez cada siete días, y lavar su cabeza y su cuerpo".[5]
La pulcritud es una de las exigencias más esenciales para la gente, especialmente en las mujeres, y es uno de los más claros indicadores de un carácter íntegro y agradable. La pulcritud hace a una mujer más agradable, no sólo para su esposo, sino también para sus amigas y parientes.
El Imâm Ahmad y An Nasâ'i informaron que Yâbir dijo:
"El Mensajero de Allah vino a visitarnos, y vio a un hombre que estaba usando ropas sucias. Él dijo: ‘¿Acaso esta persona no encontró nada con que lavar sus ropas?’"
El Profeta odiaba ver gente salir en público usando ropa sucia cuando eran capaces de lavarlas. Por este motivo él llamó la atención sobre el hecho de que los musulmanes siempre debían estar limpios, elegantes y agradables a la vista.
Esta enseñanza dirigida a los hombres, se dirige con mayor énfasis a las mujeres, a quienes habitualmente se piensa como más aseadas, y son la fuente de felicidad y tranquilidad en el hogar. No existe duda alguna que el profundo sentido de pulcritud de la mujer también se refleja en su hogar, su esposo y sus niños, porque es a través de la virtud de su preocupación por la pulcritud que ellos serán limpios y pulcros.
Ningún investigador de ninguna época o país pudo percatarse de que esta enseñanza que estimula la pulcritud y limpieza surgió hace quince siglos en una época en que el mundo casi no conocía tales hábitos higiénicos. Mil años después, el mundo no musulmán todavía no alcanzaba el nivel de pulcritud que los musulmanes habían alcanzado.
En su libro Min ar riqq ila as siâdah, Sâmihah Âi Uîrdi nos dice: "No hay necesidad de regresar atrás hasta el tiempo de las cruzadas para conocer el nivel de civilización en la Europa de ese tiempo. No necesitamos volver más allá en el tiempo hasta los días del Imperio Otomano para comparar entre los otomanos y los europeos, y ver a qué nivel había llegado la civilización otomana".
"En 1624, el príncipe de Brandeburgo escribió lo siguiente en las invitaciones a un banquete que envió a otros príncipes y nobles: 'Se pide a los invitados no hundir sus manos hasta el codo en los platos, no arrojar comida detrás de ellos, no lamer sus dedos, no escupir en sus platos, y no sonar sus narices sobre los bordes de los manteles'".
La autora añade: "Estas palabras indican claramente el nivel de civilización, cultura, sabiduría y modales entre los europeos". Al mismo tiempo, en otra parte de Europa, la situación no era muy diferente. En el palacio del rey de Inglaterra, Jorge I, el olor desagradable que emanaba de las personas del rey y su familia abrumaba la grandeza de sus finos vestidos franceses de encaje. Esto era lo que sucedía en Europa. Mientras tanto, en Estambul, los embajadores europeos autorizados por el estado otomano, debían bañarse antes de poder aproximarse al sultán. Alrededor del año 1730, durante el reinado del sultán Ahmad III, cuando el estado otomano entró en un declive político y militar, la esposa del embajador inglés en Estambul, Lady Montague, escribió muchas cartas, que más tarde fueron publicadas, en las cuales describe el nivel de limpieza, buenos modales y elevados criterios de los musulmanes. En una de sus memorias escribió que la princesa otomana Hafîdhah le había dado como regalo una toalla bordada a mano. A ella le gusto tanto que no pudo reprimirse de limpiar su boca con ella. Además, los europeos estaban particularmente asombrados por el hecho de que los musulmanes solían lavar sus manos antes y después de cada comida. Para finalizar, nos es suficiente con leer las palabras de la famosa enfermera inglesa Florence Nightingale, describiendo los hospitales ingleses de mediados del siglo XIX, donde remarca cómo estaban llenos de suciedad, negligencia, y decadencia moral mientras las alas de estos hospitales estaban llenas de gente enferma, a quienes no podían auxiliar. Por eso, ellos respondían al llamado de la naturaleza sobre sus camas...[6]
¡Qué gran contraste existe entre la refinada civilización del Islam y las demás civilizaciones humanas!
Ella cuida su boca y sus dientes
La musulmana inteligente cuida su boca, pues nadie tiene que percibir un desagradable olor proveniente de ella. La musulmana se lava los dientes con un siuâk, un cepillo de dientes y una pasta dental después de cada comida. Ella verifica sus dientes y visita al dentista al menos una vez al año aunque no sienta ningún dolor, a fin de mantener sus dientes saludables y fuertes. Además, consulta a los otorrinolaringólogos ("los doctores especializados en oídos, nariz y garganta) si es necesario, para que su respiración permanezca limpia y fresca. Esto es lo más conveniente para una mujer.
‘Â'ishah solía ser muy aplicada en el cuidado de sus dientes. Ella nunca se olvidaba de limpiarlos con un siuâk, tal como Al Bujâri y Muslim relataron de cierto número de Sahâbah.
Al Bujâri relató de ‘Uruah vía Muyâhid:
"Escuchamos a ‘Â'ishah, la Madre de los Creyentes, limpiando sus dientes en el cuarto..."[7]
Muslim también relata de ‘Uruah vía ‘Atâ' lo siguiente: "La escuchamos usar el siuâk..."[8]
‘Â'ishah dijo:
"En cualquier momento del día o de la noche en que el Mensajero de Allah se levantaba, él siempre se limpiaba los dientes con un siuâk antes de efectuar el udû'".[9]
La preocupación del Profeta por la higiene bucal era tan grande que dijo en una ocasión:
"Si no fuera por temo agobiar a mi Ummah, les hubiera ordenado usar el siuâk antes de cada oración".[10]
A ‘Â'ishah le fue preguntado: “¿Qué es lo primero que hacía el Profeta cuando llegaba a la casa?”. Ella contestó: "Usar el siuâk".[11]
Es muy extraño ver que algunas musulmanas descuidan estas cuestiones que están entre los elementos más importantes del carácter de una mujer, aparte de estar en el propio corazón del Islam.
Estas cuestiones son muy importantes en la personalidad de la mujer musulmana, pues realzan su naturaleza delicada, su belleza y elegancia. También están en el corazón del Islam, pues el Profeta instó a la pulcritud en varias ocasiones, y repudió los olores desagradables, así como también la apariencia repulsiva. Él dijo:
"Quien coma cebollas, ajos, o puerros, no debe aproximarse a nuestra mezquita, pues lo que es desagradable para los hijos de Adán es desagradable también para los Ángeles".[12]
El Profeta desaprobó que fueran a la mezquita aquellos que habían comido esos vegetales fuertes, para no incomodar a la gente y los Ángeles debido a su mal aliento. Pero estos olores se volvieron insignificantes al lado del hedor de la ropa sucia, los calcetines inmundos, los cuerpos sin lavar, y las bocas sucias de algunos individuos descuidados y negligentes que ofenden a otras personas en las reuniones.
Cuida su cabello
El Profeta también enseñó a los musulmanes a cuidar sus cabellos, y hacerlos lucir atractivos y hermosos, dentro de los límites de las normas islámicas.
Esto está relatado en el Hadîz citado por Abû Dâûd proveniente de Abû Hurairah , quien dijo: "El Mensajero de Allah dijo: ‘Quien tenga cabello, que lo cuide adecuadamente’”.[13]
El cuidado de nuestro cabello conforme a la enseñanza islámica implica mantenerlo limpio, peinarlo, perfumarlo, y estilizarlo escrupulosamente.
Al Profeta no le gustaba la gente que dejaba sus cabellos sin peinar y desarreglados, pues se asemejaban a las bestias. Él vinculó tal repulsión con la apariencia de Shaitân. En la obra Al Muatta', el Imâm Mâlik relató un Hadîz con un isnâd mursal de ‘Atâ' Ibn Iasâr, quien dijo:
"El Mensajero de Allah estaba en la mezquita cuando entró un hombre con su cabello desarreglado y una barba desaliñada. El Profeta lo señaló como indicándole que arreglará su cabello y su barba. El hombre se fue e hizo eso, luego retornó. El Profeta dijo: '¿Acaso esto no es mejor que presentarse con el cabello desarreglado, luciendo como Shaitân?'"”[14]
La asociación del Profeta, de un hombre de cabello desarreglado con Shaitân, claramente demuestra cuán preocupado está el Islam por una apariencia pura y placentera, y cuán opuesto está a lo desagradable y repulsivo.
El Profeta siempre tomaba nota de la apariencia de la gente, y cada vez que veía a un hombre desaliñado, y con el cabello desarreglado, lo criticaba debido a su negligencia. El Imâm Ahmad y An Nasâ'i relataron que Yâbir dijo:
"El Mensajero de Allah vino a visitarnos, y vio a un hombre desarreglado, cuyos cabellos se esparcían en todas las direcciones, entonces dijo: ‘¿Acaso no pudo encontrar algo con lo cual peinar su cabello?’".[15]
Así era como el Profeta enseñaba a los hombres a cuidar de sí mismos, entonces cuánto más aplicables son sus enseñanzas a las mujeres, para quienes la belleza y la elegancia son más dignas, ya que son los hombres quienes se acercan a ellas buscando comodidad, tranquilidad y felicidad en su compañía. Para la mujer musulmana resulta algo obvio que el cabello de una persona es uno de los rasgos más importantes de la belleza, y el atractivo de una mujer.
Tiene buena apariencia
No constituye una sorpresa que la musulmana se preocupe de sus vestimentas y su apariencia, sin irse a los extremos, o haciendo una exhibición licenciosa de sí misma. Ella se preocupa por tener una apariencia placentera para su esposo, sus hijos, parientes mahram y amigas. Así la gente se siente cómoda con ella. Ella no debe desconcertarlos con una apariencia desaliñada y repulsiva, pues siempre se controla y cuida de sí misma, en conformidad con las enseñanzas del Islam que instan a sus seguidores a lucir bien, de acuerdo a las formas permitidas.
En su comentario sobre la aleya:
[Diles [¡Oh, Muhammad!]: ¿Quién os ha prohibido engalanaros y beneficiaros de todo lo bueno que Allah os ha proveído?...] (7:32)
Al Qurtubi dijo que Makhûl relató de ‘Â'ishah : "Un grupo de los compañeros del Profeta estaba esperando en la puerta por él, entonces se preparó para salir y encontrarlos. Había una vasija de agua en la casa y él fijo su vista en ella para alisarse su barba y sus cabellos. Le pregunté: ‘Mensajero de Allah, ¿tú también haces eso?’. Él dijo: ‘Sí, cuando un hombre salga para encontrar a sus hermanos, dejadlo que se prepare apropiadamente, pues Allah es bello y ama la belleza".[16]
La musulmana efectúa todo esto, en conformidad con el ideal islámico de moderación, evitando los extremos, ya sea de exageración o de negligencia.
[Aquellos que cuando hacen una caridad no dan todo lo que tienen ni tampoco escatiman sino que dan en la justa medida.] (25:67)
El Islam quiere que sus seguidores, y especialmente sus predicadores (du‘âh), se destaquen en las reuniones de una manera atractiva, y por el contrario, repudia un aspecto desagradable o insoportable. Descuidar nuestra apariencia, hasta el grado de llegar a ser ofensivo para nuestros compañeros en nombre del ascetismo y de la humildad, no es propio del Islam. El Profeta , ejemplo del ascetismo y la humildad, solía vestir con ropas decentes, y se presentaba con una apariencia agradable a su familia y a sus compañeros. Él consideraba el acto de vestir bien y lucir bien como una manifestación de las bendiciones de Allah : "Allah ama ver los signos de Sus dones en Sus siervos".[17]
Ibn Sa‘d relató en At Tabaqât (4/346) que Yundub Ibn Makîz dijo:
"Cuando llegaba una delegación para encontrarse con el Mensajero de Allah , él se ponía sus mejores vestimentas, y ordenaba a sus compañeros hacer lo mismo. Observé al Profeta el día en que una delegación de Kindah vino para encontrarlo. Vestía una túnica yemení, y Abû Bakr y ‘Umar estaban vestidos de manera similar".
Ibn Al Mubârak, At Tabarâni, Al Hâkim, Al Baihaqi y otros, relataron que ‘Umar dijo: "Observé al Mensajero de Allah pedir que le trajeran una vestimenta nueva, y cuando la vistió exclamó: ¡Alabado sea Allah! Quien me ha proveído esta vestimenta, con la que cubro mi cuerpo y me engalano."[18]
En tanto este cuidado de la apariencia exterior de uno no se vaya hacia los extremos, es parte de la belleza que Allah ha permitido a Sus siervos y que alienta a adoptar:
[¡Oh, hijos de Adán! Cubrios [para rezar] y engalanaos cuando acudáis a las mezquitas. Y comed y bebed con mesura, porque Allah no ama a los inmoderados. Diles [¡Oh, Muhammad!]: ¿Quién os ha prohibido engalanaros y beneficiaros de todo lo bueno que Allah os ha proveído? Esto es para que los creyentes [y también los incrédulos] disfruten [de todo lo bueno] en esta vida, pero sólo será para los creyentes en la otra. Así es como aclaramos nuestros preceptos para quienes los comprenden.] (7:31-32)
Muslim relata de Ibn Mas‘ûd que el Profeta dijo:
"Nadie que tenga el peso de un átomo de orgullo en su corazón entrará al Paraíso". Un hombre le preguntó: "¿Y qué hay acerca de un hombre al cual le gusta lucir sus ropas y su calzado?” (Es decir, si significa una señal de orgullo) El profeta dijo: “Allah es bello y ama la belleza. El orgullo significa rechazar la verdad y menospreciar a la gente".[19]
Este es el entendimiento adoptado por los Sahâbah y por quienes les siguieron con sinceridad. Por ello, el Imâm Abû Hanîfah siempre se vestía bien y se aseguraba de estar limpio y fresco, instando a los demás a hacer lo mismo. Cierto día encontró a un hombre que acostumbraba asistir a su círculo vestido con ropas harapientas. Lo llevó aparte y le ofreció mil dirhams para que se acondicionara un poco. El hombre le contestó: "Yo tengo dinero, no lo necesito". Abû Hanîfah lo reprendió diciendo: "¿Acaso no has escuchado el Hadîz: ‘Allah ama ver los signos de Sus dones en Sus siervos’?. Así que tienes que cambiarte para no aparecer ofensivo a tu amigo".
Naturalmente, aquellos que invitan a la gente hacia el sendero de Allah deben ser mejores y más agradables en cuanto a la apariencia que los demás, para ser más capaces de atraer a la gente y hacer que su mensaje llegue a sus corazones.
En efecto, a diferencia de otras personas, a ellos se les exige que sean de ese modo aunque no salgan a visitar a la gente, porque quienes proclaman la palabra de Allah deben cuidar de su apariencia y prestar atención a la limpieza de sus cuerpos, ropas, uñas, y cabellos. Ellos deben llevar a cabo esto aunque estén en aislamiento o recogimiento, en respuesta al llamado de la inclinación natural del hombre (fitrah), sobre la cual el Profeta nos comentó y nos resumió sus requisitos:
"La fitrah consiste en cinco puntos: circuncidarse, afeitarse el vello del pubis, depilarse las axilas, cortarse las uñas y recortarse el bigote".[20]
El cuidado de uno mismo, de acuerdo a esta fitrah, es algo estimulado por el Islam y apoyado por toda persona con sentido común y buen gusto.
Ella no va hasta los extremos del embellecimiento, ni hace una exhibición desenfrenada de sí misma
Prestar la debida atención a nuestra apariencia no debe hacer caer a la musulmana en la trampa del exhibicionismo desenfrenado (tabarruy), pues sólo debe mostrar su belleza a su marido y sus parientes mahram. Ella no debe perturbar el equilibrio, base de toda la enseñanza islámica, porque la mujer musulmana siempre apunta hacia la moderación en todas las cosas, y se mantiene alerta para prevenir cualquier aspecto de su vida.
Ella nunca olvida que el Islam la estimula a mostrarse atractiva, dentro de los límites permisibles, pero también es la religión que la previene de ir hacia los extremos para no convertirse en una esclava de su apariencia, como dice el siguiente Hadîz:
"¡Qué desdichado es el esclavo del dinar, del dirham y de las finas vestimentas de terciopelo y seda! Si esto le es concedido se alegra, y si no le es concedido se disgusta".[21]
Hoy en día, muchas de nuestras mujeres han sido influenciadas por las casas internacionales de moda, hasta el punto que las mujeres ricas no visten un mismo conjunto más de una vez. Ellas cayeron en esa esclavitud sobre la que el Profeta alertó, y como resultado están atrapadas en la miseria de esa insensata servidumbre al atuendo y a los accesorios excesivamente lujosos. Tales mujeres se han desviado del propósito por el cual la humanidad fue creada en este mundo.
Uno de los peores excesos en el que han caído muchas mujeres musulmanas es el hábito de sacar a relucir costosos conjuntos de ropa en las bodas, las cuales se han transformado en espectáculos de moda, donde la competición es moneda corriente y se llega a extremos más allá de las esferas del sentido común y de la moderación. Este fenómeno llega a ser más visible cuando la propia novia viste todos sus conjuntos, uno tras otro, llegando a sumar hasta diez en algunos casos. Cada vez que se cambia, sale y lo saca a relucir entre las otras mujeres presentes, exactamente como lo hacen las modelos en Occidente. A esas mujeres, entre quienes este hábito es común, no se les pasa por la cabeza que puede haber otras mujeres presentes económicamente incapaces de comprar tales conjuntos, y que pueden sentirse deprimidas, celosas, o hasta hostiles hacia la novia, su familia, y la demás gente adinerada. Nada de esto ocurriría si las novias fueran más moderadas y sólo vistieran uno o dos de sus conjuntos en su boda. Sería mejor que el alardeo extravagante, contradictorio al espíritu equilibrado y moderado del Islam.
No existe duda alguna de que la musulmana que se haya rodeado de las enseñanzas de esta gran religión estará exceptuada y protegida de tales errores absurdos, porque adoptó sus principios de moderación.