La Verdadera Musulmana Su Lealtad Solamente Es Para Allâh
Una de las consecuencias del orgullo de la mujer musulmana en su identidad islámica es que ella jamás deberá lealtad a nada ni a nadie más que Allâh , ni aún a su marido o su padre, quienes están entre las personas más cercanas a ella. Podemos ver el epítome de esta lealtad (walâ) en la vida de una de las mujeres del Profeta: Umm Habibah, que la paz sea con ella. Ramlah bint Abî Sufian, el jefe de Makkah y líder de los mushrikun era su padre. Ella se casó con el primo del Profeta (hijo de su tío paterno) 'Ubaidullâh ibn Jahsh al Asadî, el hermano de la esposa del Profeta, Zaynab. Su esposo 'Ubaidullah abrazó el Islâm , y ella entró al Islâm junto a él, mientras su padre, Abû Sufian todavía era un kâfir. Ella y su marido emigraron hacia Abisinia con los primeros musulmanes que se dirigieron allí, y abandonó a su padre hirviendo de cólera porque su hija había abrazado el Islâm y el no tenía modo alguno de poder llegar hasta ella.
Pero la vida de esta paciente musulmana no se encontró libre de problemas. Su esposo 'Ubaidullah, tristemente abandonó el Islâm y se convirtió en cristiano, uniéndose a la religión de los abisinios. De esta forma, él intentó hacer que se uniera a su apostasía, pero ella rehusó y permaneció firme en su Fe. Más tarde, dio a luz a su hija Habibah, luego conocida como Umm Habibah. Ella poco a poco se fue apartando de la gente y sintió como si se muriese de dolor y pena, debido a todos los desastres que le habían acaecido. Ella y su hija estaban solas, en una tierra extraña, y todos los lazos entre ella y su padre y su esposo habían sido cortados. El padre de su pequeña hija era ahora un cristiano, y el abuelo de su criatura, en aquel tiempo, era un mushrik, un enemigo del Islâm, quien había declarado una guerra total sobre el Profeta , en el cual creía y seguía su religión.
Nada podría salvarla de esta aflicción y congoja, excepto la preocupación del Profeta , quien perdía el sueño por los creyentes que habían emigrado y estaba afligido por su bienestar y por carecer de su guía. Él entonces, envió una carta al Negus (el Rey de Abisinia) para pedirle que arreglara su matrimonio con Umm Habibah, la hija de Abû Sufian, una de las inmigrantes a su país, tal como está explicado en los libros de Sîrah (biografía) e historia. De este modo, Umm Habibah, se convirtió en una de las "Madres de los Creyentes".
El tiempo transcurría y se aproximaba la conquista de Makkah. La amenaza de los Quraysh, quienes habían violado el tratado de Al Hudaibiyah, se tornó algo mucho más aparente. Sus líderes se encontraron y se dieron cuenta de que Muhammad no permanecería quieto respecto a su traición, ni tampoco aceptaría la humillación que le habían infligido. Así que acordaron mandar un enviado a Madînah, para negociar una renovación y extensión del tratado con Muhammad . El hombre elegido para esta tarea era Abû Sufian ibn Harb.
Abû Sufian llegó a Madînah, y estaba nervioso por tener que encontrarse con el Profeta . Entonces recordó que tenía una hija en la casa del Profeta. Así que se introdujo a hurtadillas en su casa y le pidió ayuda para lograr el acuerdo.
Umm Habibah, que Allâh esté complacida de ella, estaba sorprendida de verlo en su casa, ya que no lo había visto desde su emigración a Abisinia. Ella se levantó, llena de confusión, y sin saber que hacer o decir.
Abû Sufian comprendió que su hija estaba abrumada por el shock de su repentino arribo así que le pidió permiso para sentarse y pasó a sentarse sobre la cama. Pero de pronto se sintió aturdido cuando su hija Ramlah agarró rápidamente el colchón y lo enrolló. Entonces dijo: "¡Oh hija mía! No te comprendo ¿Acaso este colchón no es lo suficientemente bueno para mí o yo no soy lo suficientemente bueno para el mismo?" Ella respondió: "Pertenece al Mensajero de Allâh y tú eres un mushrik, así que no quiero que te sientes en él”.
Ramlah bint Abî Sufian afirmó su lealtad (walâ) a Allâh en diferentes ocasiones. No tuvo lamento alguno cuando su inútil esposo vendió su religión por este mundo. Ella permaneció imperturbable en su Fe, guardando el dolor de la aflicción y la soledad en una tierra extraña, donde estaba en necesidad de un esposo que la protegiera y cuidara a su hija. Allâh , el Magnificente Dispensador la compensó con lo mejor que cualquier mujer pudiera esperar en esa época haciéndola esposa del Profeta y de este modo su condición fue elevada al de una de las "Madres de los Creyentes".
El impacto de ver a su padre tan súbitamente, después de varios años no le hizo olvidar su fidelidad a Allâh y a Su Mensajero . Ella alejó el colchón del Profeta de su padre, porque era un kâfir, y no quería dejar que se contaminara al sentarse sobre él. Ésta es la actitud de una mujer musulmana digna de su religión: su alma está llena de Fe y no hay lugar para lo tribal o para la lealtad a cualquier otra persona que no sean Allâh y Su religión.
A lo largo de la historia el orgullo de las musulmanas por su identidad islámica les otorgó la fuerza y determinación necesarias para resistir las tentaciones y amenazas, además de protegerlas de ser arrolladas por las fuerzas del kufr y la falsedad, sin importar cuán poderosas éstas fueran. Las almas de las musulmanas estaban llenas del inextinguible fuego de la Fe, como lo vimos en la constancia de la esposa del faraón, quien desafió al mundo faraónico por entero, con todas sus tentaciones y placeres, prestando poca atención a los castigos que le prodigó su esposo, a causa de su Fe, y repitiendo su oración:
[¡Oh, Señor mío! Constrúyeme, junto a Ti, una morada en el Paraíso y sálvame del Faraón y de sus terribles obras. Sálvame de este pueblo inicuo.] (Qur’ân 66:11)
Buscando la complacencia de Allâh y esforzándose para hacer que Su palabra sea suprema sobre la tierra y esté por encima de cualquier otro fin o ambición. La verdadera musulmana nunca olvida esta verdad, y según pasa el tiempo, su orgullo en su identidad islámica, su devoción hacia esta forma de vida única, divinamente prescrita, y su fidelidad a Allâh se acrecienta y se fortalece.