MUHAMMAD EL PROFETA: Guerra a Muhammad ( la paz sea con él)
Para prevenirles envían mensajeros a Medina, con un ultimátum: entregar a Muhammad ibn Abdal-Lah vivo o muerto, o prepararse a la guerra.
Fundamentan la entrega del Profeta diciendo:
Muhammad es un kuraichita: un mequense, que siendo noble por nacimiento y fortuna, se ha rebelado contra nuestros antepasados y nuestros dioses. Vosotros le habéis dado asilo, lo que es una mancha para vosotros y una provocación e insulto para nosotros. No os interpongáis entre nosotros y él. Si es un hombre bueno, a nosotros sólo nos corresponde juzgarle. Si es malo, tenemos más derecho que nadie a castigarle. Si no lo entregáis, avanzaremos contra vosotros, mataremos a vuestros guerreros y violaremos a vuestras mujeres.
La respuesta a los medinenses es negativa. Los ánsares contestan que Muhammad ibn Abdal-Lah es, como hombre, su protegido y, como Profeta, su jefe.
El ultimátum no les intimida. Sus mujeres se burlan de los kuraichitas y encargan al poeta Kaáb ibn Malik que ponga su pensamiento, al respecto, en verso. Para los árabes un poema satírico tiene tanta fuerza como las certeras flechas. Son dardos emponzoñados que se clavan en el corazón, hasta corromperle y paralizarle. El poeta escribe:
Presumen los kuraichitas de ser leones en la guerra, muy hombres con las mujeres y dueños de cielo y tierra. Pero nosotras sabemos que son guerreros de lengua, eunucos en el amor y esclavos de su ceguera.
Los muhayirun desdeñan la ameaaza y aseguran que serán ellos quienes combatan a la "fiera kuraichita" en su propia guarida y se apropien de Sus hembras y cachorros; no para violarlas y matarles, si no para ofrecerles un destino más glorioso, un jefe más digno y un Dios Verdadero.
Abdal-Lah ibn Ubaiy y sus secuaces, no -toman-.partido. Los "munafiqun" sólo escarban la tierra: son topos y optan por el silencio, esperando favorables circunstancias para escalar el trono.
Los judíos calculan las posibilidades de unos y otros. Al comprobar que la balanza está equilibrada, no adoptan, por el momento, decisión alguna
Abu Sufiyan, ante el fracaso, se entrega a la tarea de preparar un potente y bien armado ejército de mercenarios y mequenses, con el fin de aplastar a la irresponsable Medina y acabar, de una vez para siempre, con Muhammad ibn Abdal-Lah.
Para la formación de dicho ejército se recaudan fondos de los banqueros y ricos comerciantes mequenses.
Mientras, La Meca, que controla el comercio de toda la Arabia, emplea todas sus influencias para que comerciantes y caravaneros árabes decreten el boicoteo económico a Medina y cesen las remesas de alimentos, medicinas y otros artículos de primera necesidad, a dicha ciudad.
El bloqueo pronto surte sus efectos, pues aunque Medina cuenta con una floreciente agricultura y plantaciones datileras, la carne, la leche y sus derivados, las suministraban unas alquerías que, aunque cercanas a la ciudad, están ahora bajo el control de los kuraichitas y sus aliados.
Al cabo de unas semanas la escasez de ciertos alimentos se empieza a notar. En la propia casa del Profeta se carece de la mayoría de alimentos. Censecuentemente, implantó un prudente racionamiento de los alimentos procedentes de fuera de la ciudad y su oasis, por seguir —con ejemplar escrúpulo— las órdenes dadas a tal efecto.
Según Sawda bint Zamah: "Durante un mes no se encendió el fuego para preparar la comida, en casa del Profeta. La alimentación era sólo de dátiles y agua, pues la poca leche de las camellas y cabras que habían en la ciudad, se reservaba para los niños y enfermos".
El ultimátum de los kuraichitas, con la declaración de guerra que puede estallar en cualquier momento y el bloqueo ya impuesto, obliga a Muhammad, la paz sea con él, a ocuparse de la defensa de la ciudad y de la vida de sus habitantes.
El Profeta, con gran tristeza y dolor, ya que sólo busca y ansía la paz, se ve obligado a que los musulmanes y sus aliados tengan que "desenvainar la espada". No hay otra opción: asuno de vida o muerte.