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MUHAMMAD EL PROFETA: Las Primeras Escaramuzas

El hambre y la necesidad de información acerca de los movimientos y número de los guerreros kuraichitas, obligan a Muhammad, la paz sea con él, a constituir, unas patrullas que amparadas en la sombra de la noche rompan el cerco y se internen en el territorio controlado por Abu Sufiyan y sus aliados.

La primera de estas patrullas la dirige Hamza ibn Abdel Muttalib, tío del Profeta. Le acompañan treinta muhayirun.

¿Objetivos?:

—Observar las rutas de las caravanas que van y vienen de La Meca.

—Enterarse, a ser posible y sin correr riesgos, de las intenciones de las fuerzas enemigas. Y

—negociar el suministro de los artículos alimenticios de primera necesidad, que precisan con urgencia los habitantes de Medina.

Hamza viaja de noche por la costa del Mar Rojo, dirección sur. Logra entablar contactos con jefes de clanes, que aún se mantienen neutrales y consigue saber que los kuraichitas están reclutando guerreros y que unas patrullas armadas, provistas de caballos y dromedarios veloces, acompañan las caravanas.

Consigue negociar el suministro de unas camellas, así como unas pocas cabras y corderos. Con esta adquisición, que paliará un poco la falta de carne y leche, regresa a la ciudad del Profeta.

Otra patrulla, de sesenta y cinco musulmanes, capitaneada por Ubaida ben al Hariz, sale de Medina con idéntica misión que la de Hamza, pero en sentido contrario, es decir, hacia la frontera siria.

Tras varios días de viaje regresa con muy poca información y unos escasos alimentos. El hambre sigue siendo la amenaza más patente y angustiosa que sufren los musulmanes y sus aliados.

Se prepara otra patrulla, escasa en número, pero dotada de jóvenes y veloces camellos que comanda Abdal-Lah ben Jahch y a la que se integran ocho muhayirun, hábiles rastreadores y expertos en el manejo de armas. El objetivo es Taif. La expedición tendrá que recorrer más de 400 kms. antes de llegar a ese rico balneario, al que acuden los más nobles de los mequenses.

La misión es muy peligrosa. Si les sorprenden, pueden considerarse perdidos, muertos, pues Taif se encuentra al sudeste de La Meca y el único camino viable de regreso a Medina es volver a atravesar el territorio de los kuraichitas, o internarse por el desierto extenso de Rub a-l-Jalí, lo que equivale a una aventura peligrosa y dramática por la inhospitalidad de ese mar de dunas, carente de agua, de vegetación y por las continuas tormentas de arena, que provoca el siroco, viento del sudeste, cálido y rasante.

Jach y su pequeño grupo saben el peligro que corren y toman todo tipo de precauciones. Nunca viajan de día; sólo de noche y después de haber borrado todas las huellas. Diecisiete días de privaciones, fatigas y sobresaltos, han transcurrido desde la noche que abandonaron Medina. Las últimas cuatro jomadas han sido muy agotadoras. Están ya en zona muy peligrosa por lo cercana a La Meca y a Taif. No les quedan víveres. Se alimentan de raíces y lagartos asados: les atormenta la sed. La tarde del diecisiete, día infausto en el recuerdo, ven llegar una pequeña caravana dirigida por el mequense Amr ibn al Hadrami y cinco beduinos más. Traen un cargamento, sobre ocho camellos, de dátiles y otros alimentos, que proceden de Taif con destino a La Meca.

La tentación es muy grande. El hambre y la sed les hace olvidar las recomendaciones del Profeta. Además la antipatía, casi rayana al odio, que los muhayirun sienten por esos kuraichitas que les han expulsado de La Meca, robado sus propiedades y amenazado de muerte a su Profeta, es muy grande.

A impulsos del hambre y sin tener en cuenta los preceptos islámicos y la fecha en que se encuentran: mes del rajab, mes sagrado según la tradición pagana, que aún respetan los musulmanes, salen de su escondite y piden al Hadrami y sus acompañantes, que les entreguen la caravana y se consideren sus prisioneros. El Hadrami les reprocha su acción; les recuerda la tregua del mes de rajab. Al Jahch les echa en cara su conducta pasada y su bloqueo actual. No hay acuerdo; se encrespan los ánimos; relucen las espadas. El Hadrami pierde la vida; dos beduinos son hechos prisioneros, mientras que los tres restantes huyen a pie escondiéndose por las peñas de la montaña. No hay tiempo para entregarse a la persecución. Lo importante es alejarse del lugar de la pelea. Se apoderan de las bestias y de la carga; la noche les tiende su manto y bajo su protección emprenden, sin interrumpir la marcha, el regreso a Medina.

El retomo es angustioso; durante diez jomadas su suerte está en manos del destino que, en esta oportunidad, les resulta favorable y una noche, tras innúmeras peripecias, entran en su ciudad.

El Profeta al enterarse de todo lo ocurrido se entristece mucho.

Se ha roto la tregua; se ha desenvainado la espada sin ser antes atacados.

Ha muerto un hombre. Decididamente la proeza es reprobable a los ojos de la mayoría de los musulmanes.

El Profeta no acepta ni repartir el botín entre los más necesitados.

Al Jahch y los otros ocho muhayirun están avergonzados: arrepentidos. Quieren de algún modo reparar la equivocación; el mal que han hecho.

Por sugerencia del Profeta ponen en libertad a los dos beduinos, sin pedir rescate.

El Profeta está desconsolado. Afortunadamente recibe, del ángel Gabriel, la siguiente revelación:

Te preguntarán si durante el
mes sagrado se puede combatir.
Responde: "La guerra, en ese mes,
es un asunto muy grave.
Pero apartar a los creyentes,
del Camino de Dios, no creer en El,
y apartar a los fíeles de la
Mezquita de Dios son acciones
mucho más graves".
La idolatría es peor que el homicidio.
Los infieles no cesarán de perseguiros
hasta que os hayan apartado de la fe,
si es que pueden.
Pero aquél de entre vosotros
que se aparta de su creencia
y muere en la apostasia,
resultarán inútiles, para él,
los méritos que haya hecho
en éste y en el otro mundo.
Ellos serán los compañeros del Fuego
y en él permanecerán eternamente.
Ciertamente los que creen,
han tomado parte de la hégíra,
y hayan defendido el Camino de Dios,
éstos pueden esperar
la misericordia de Dios.
Pues Dios perdona y es Misericordioso.
(Corán , 2, 214-215. Sura al bacar á : Vers. de la vaca)

Muhammad, la paz sea con él, ha comprendido. Desaparece su inquietud y melancolía; renace la calma: la esperanza, y reparte el botín.

Bueno es cumplir las exigencias de la tregua; de la pequeña y gran peregrinación, de las tradiciones y costumbres tan arraigadas en los árabes; pero mejor es servir a Dios y a sus fieles seguidores: a los sumisos a la Voluntad Divina.

Malo es romper la tregua; pero es peor perseguir a los creyentes del Dios Único y Verdadero y condenar a muerte a su Profeta.

El homicidio cometido por Al Jahch es reprobable; pero las circunstancias son atenuantes. Dios, en su infinita justicia y misericordia, será quien le juzgue.

El Profeta le llama; le comenta la revelación del ángel Gabriel y le sugiere que cuando le sea posible pague a la familia de su víctima cien camellos. Si él no los tiene, la comunidad contribuirá a cumplir con la deuda de sangre.

El episodio ha sido lamentable; se ha transgredido la tradición pagana y las recomendaciones del Profeta; pero una nueva sura enriquece el Libro de Dios.

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