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MUHAMMAD EL HOMBRE: La Tutela (Abdel Muttalib, Abú Talib)

PRIMERA ETAPA:
 
En la Meca, en esa ciudad de doble vertiente:
 
-encrucijada de caminos comerciales- de Oriente al Mediterráneo; del África Oriental a la Siria bizantina-santuario de la Kaaba, panteón de ídolos y creencias, vive Muhammad, en compañía de Umm Aiman y bajo la tutela de su abuelo Abdel Muttalib.
 
Por la mente del niño circulan recuerdos, leyendas y enseñanzas.
 
Su abuelo es un elocuente narrador: un pozo de leyendas.
Muhammad es un buen oyente, ávido de historias humanas. No conoce los juegos de niños. Nadie le enseña a leer ni a escribir. Todo su afán, su interés, radica en la conducta del hombre, en sus hechos y virtudes. Por eso escucha, observa a los hombres en sus distintas profesiones, estado y condición social. Y razona con criterios de persona mayor.
 
Abdel Muttalib se sorprende de la precocidad y de las inquietudes de su nieto -envejecido en la desgracia- siempre interesado por temas que más bien conciernen a hombres con responsabilidad de jefes.
 
Abuelo y nieto -anciano y niño- se complementan. Se buscan, conversan: se quieren. Abdel Muttalib fue un "abtar". Muhammad es un huérfano. Además de la raíz de sangre, tienen el tronco común de la desgracia y la similitud de sus pensamientos, que desbordan lo prosaico, para volar muy lejos.
 
Abdel Muttalib prefiere su compañía a la de sus propios hijos
 
Se hace acompañar por Muhammad a todas partes:
 
-A la casa del Consejo (Dar An nadua).
 
-A la Kaaba, donde cumple funciones de "as saqaya" y "ar rifada".
 
-A la plaza del barrio de Batha, club de noticias y negocios.
 
Lo sienta a su lado, sobre la alfombra, con escándalo y envidia de los "notables" de las tribus; de sacerdotes y peregrinos, de comerciantes y poetas.
 
Los oligarcas de La Meca reprochan a Abdel Muttalib el que lleve a un niño de seis años a lugares reservados a mayores de cuarenta años, tras alcanzar fama y notoriedad.
 
Abdel Muttalib, impasible ante reproches y súplicas, vive en la permanente compañía de su nieto.
 
Muhammad escucha y observa. Sin aburrirse en las asambleas tribales. Sin mostrar fatiga ni desinterés en las largas discusiones religiosas o prolongados cultos. Sin fatigarse frente a las dilatadas transacciones comerciales. Acude con entusiasmo a los torneos poéticos, verdaderas batallas de -ingenios juglares., cos, en donde el poeta vence con el fuego de sus palabras.
 
Muhammad ve llegar y partir esas largas e inmensas caravanas, a veces de más de dos mil camellos y centenares de jinetes. Caravanas que los mequenses reciben y despiden con gran tumulto, a gritos estridentes; pues en ellas van sus ansias, esfuerzos. y riquezas. Cargamentos de oro, plata, tejidos, cuero, perfumes, alimentos, vestidos, perlas, armas. Artículos de arte mobiliario; instrumentos de música; animales de adorno y mil otras chucherías que estimulan el comercio y producen pingües beneficios.
 
Verdaderamente, La Meca, aunque malsana, sin árboles ni plantas, sin jardines ni estanques, es proscenio de mil escenas de palpitante interés.
 
Muhammad enriquece sus pupilas y sus oídos. Temas y personajes desfilan por su cerebro, en apretada síntesis, para su ulterior ordenación y clasificación:
 
-La Casa del Consejo: escuela político-social, donde clanes y tribus forcejean para imponer la supremacía de sus familias.
 
Allí debaten, vociferan, amenazan, suplican y conceden, los Abú Sufiyan, Kafwan ben Umaya, Abu Jahl, Walid ben Mughira, Abdal-Lah ben Rabiá.
 
-La Kaaba, panteón multiplural de ídolos, fetiches, estatuillas, reliquias, y la "piedra venerada". Todos los nobles kuraichitas aspiran a ser guardianes, proveedores del santuario, ya que ello significa, además de la dignidad del cargo, una excelente plataforma político-comercial. En ella pusieron sus ansias: Habbar ben Al Haswad, Hicham ben Amr, Al Aqnas ben Charif, Al 'Aci ben Hicham, Chaiba ben Rabi'a, Nadhr ben Al Hariz, Suhail ben Amr y muchísimos otros.
 
-La plaza del barrio de Batha: bolsa de comercio y club de noticias.
En ella se financian las caravanas, a intereses superiores al 50%.
Se estipulan las condiciones de compra-venta. Se cumple el regateo, con un arte especial, con trámites largos y altisonante's.
 
Se comentan los triunfos o derrotas de los persas, rums o etíopes.
Los poetas hacen gala de su capacidad versificadora: matan, ensalzan, critican, encumbran y destruyen, con la sola arma de su elocuencia.
Allí se dan cita: Abú Uhaiha, 'Amr ben Al Atham, Al Hatim, Utba ben Rabi'a, Zubair ben Abi Umaya, Abu Al Tamahan, Anas ben An Nadjr, Bichr ben Al Bará.
 
Abdel Muttalib se preocupa también de la salud de su nieto. Un día que Muhammad tenía una molestia en la vista, lo lleva a Ukaz un Poblado cercano a La Meca, donde vivían unos nestorianos que conocen el arte de curar. Muhammad se beneficia con los conocimientos que en materia de curar tienen esas personas, a quienes asombra por su precocidad (apenas cuenta ocho años), lógica, sabiduría y elocuencia.
 
Muhammad siente pasión por su abuelo, que es su amigo más querido,su juguete de preferencia: su compañero entrañable.
 
Los designios de Dios son inescrutables.
 
Abdel Muttalib, que presiente su muerte, habla con su hijo Abú Talib y le pide muy encarecidamente que cuide de Muhammad.
 
A los ochenta y un años se apaga la vida de Abdel Muttalib. Muere en paz, tras cumplir su promesa de ayudar a los pobres y a los necesitados y es por esa causa que el hombre que hubiera podido acumular grandes riquezas, muere pobre y.nada puede legar, en bienes materiales, a sus, herederos. En cuanto a sus virtudes sólo Dios puede juzgarlas.
 
Muhammad, a los ocho años pierde a su abuelo.
 
La desaparición física de Abdel Muttalib le produce una tristeza y un desconsuelo tan grande, que tardará en reponerse más de un año, pese al amor con que le recibe la familia de Abú Talib.
 
SEGUNDA ETAPA:
 
Si bien Abú Talib no es el mayor de los hermanos -lo cual corresponde a Al Hariz- ni tampoco el más rico --que lo fue Al Ábás les ganaba a todos en ser el más humano, noble, afectuoso y sincero.
 
Abdel Muttalib que conoce bien a sus hijos y a Fátima, esposa de Abú Talib, que la sabe diligente, hacendosa y maternal, tuvo gran acierto en la elección del tutor, para el más querido de sus nietos: Muhammad, Abú Talib, desde el primer momento, siente verdadero cariño, admiración y orgullo por su sobrino Muhammad, ahora bajo su custodia, quien le corresponde con devoción y entrega total.
 
Muhammad, sensible a las dificultades de sus tíos, contribuyó, con su esfuerzo personal y desde los primeros días, a aliviar, en lo que cabe, tanta indigencia. Pero ya se sabe: en casa de pobres las obligaciones son aplastantes y todas las ayudas son pocas. Por eso, Muhammad no rehusó ningún tipo de trabajo, por duro y denigrante que fuera.
 
A los diez años cumple sus tareas con un entusiasmo y constancia impropio's de su edad. Acepta cualquier tipo de trabajo con tal de llevar su óbolo a la familia de Abú Talib: pastor, dependiente de comercio, aguador, recadero, etc.
 
En su adolescencia ya destacan dos virtudes: paciencia y fidelidad.
 
Paciencia frente a todo y con todos. Ante adversidades y contratiempos. Con amigos y enemigos. Su paciencia fue tan ejemplar que bien pudo ser la inspiradora del siguiente proverbio: "Sé paciente y contempla bien la desgracia: acabarás por ver un oasis en ese desierto".
 
En cuanto a la fidelidad con familiares y amigos es loable en extremo; la historia, como veremos más adelante, lo confirma plenamente.
 
a) Primer viaje a Siria.
 
Su tío Abú Talib quiere salir de pobre; dar a su familia mayores comodidades. Para ello promueve y le financian una caravana hacia el norte (Ach-cham).
 
Enterado Muhammad pretende acompañarlo y se lo pide.
Se niega su tío, alegando los peligros y fatigas que entraña el viaje.
 
Muhammad abraza cariñosamente a Abú Talib y le dice:
"Quién cuidará de mí cuanto tú estés lejos?"
Se conmueve su tío y accede.
 
En su camino hacia el norte siguen la milenaria ruta. Dejan, a su derecha, Jaibar, con sus floridas palmeras y su harra volcánica. Alcanzan Hijr; después el territorio de los Banu Uzra. Atraviesan Wadi-1-Qurá, valle sembrado -de ricos pueblos y verdes oasis, llegando a Bosra, tras haber visto el Mar Muerto.
 
Durante las penosas marchas: calor, viento y un panorama interminable de arena, los camelleros improvisaban extensas melopeyas líricas o recitaban agudas sátiras.
 
Jerbos y lagartijas huían de los estridentes y famélicos nómadas.
 
Por la noche la caravana y por indicación del guía, acampaba en el lugar más propicio, bajo la atenta curiosidad de mil lejanas estrellas y la sentimental luna creciente.
 
Comían carne, dátiles y cebada cocida. Vino de dátil para unos pocos. Agua, racionada, para la mayoría.
 
Ante el fuego de boñiga de camello y ramas esteparias, contaban sus leyendas; de guerra y amor; de fantásticas aventuras; de yins y gigantes.
 
Cuando pernoctaban en la "región pétrea" nunca faltaba el relato del exterminio de los Banu Thamud --una de las tribus perdidas de la Arabia-.
 
"Se cuenta que los thamuditas habían llegado a una conducta muy inmoral, obscena y de total idolatría. Ello ocurría en la época anterior a Abraham.
 
"Dios, en un principio apiadado de ellos, envía a Saleh, para recordarles el buen camino.
 
"Los thamuditas no creen en su misión; le llaman impostor. Sólo si hace prueba palpable de la capacidad de su poder. Si es capaz de hacer salir una camella con cría de una roca, creerán en su misión. Saleh acepta el reto; se arrodilla; se encomienda a su Dios. Una luz enceguecedora se concentra sobre una roca, que estalla en mil pedazos, y aparece una camella que, poco después, tiene su cría.
 
"Asombrados por el milagro, algunos thamuditas abandonan sus ídolos y vuelven a Dios.
 
"Saleh les deja la camella, como testimonio permanente, rogándoles, muy encarecidamente, que la cuidasen y no le hiciesen daño alguno, pues si la perjudicaban Dios les castigaría duramente.
 
"Durante un cierto tiempo cumplieron lo ordenado por Saleh. Con el paso de los años, volvieron por el mal camino y viendo que la camella no tenía más crías, comía el mejor pasto, la ataron de una pata y la degollaron. El castigo de Dios no se hizo esperar. El cielo se pobló de. rayos, truenos y relámpagos. Una lluvia de piedras y rayos fulminó a los insistentes idólatras, que murieron cara al suelo. Esa raza, maldita, fue borra, da de la tierra".
 
Sin duda que esta historia tuvo eco en la juvenil mente de Muhammad, quien preocupado siempre por la conducta y e destino humano, asoció la inmoralidad, el egoísmo y las vil pasiones, con la idolatría, que Dios castiga con severidad.
 
Bosra, situada en los confines de Siria, no lejos del Jordán era un gran mercado, visitado anualmente por infinitas caravnas. Las más variadas mercancías; los productos más exótico deseados por árabes y rums (Bizantinos-romano's) podían encontrarse en esta ciudad, cuya historia es antiquísima: Moabita's y Amonitas, tan mencionados en las Sagradas Escrituras (Libro Sagrado) habitaron en esa región; también los Levitas. Ahora era un centro multirracial. Muchos monjes nestorianos habían buscado refugio, tras el Concilio de Efeso (431) en Bosra.
 
La caravana de Abú Talib había acampado junto a un convento de los monjes nestorianos, que gozaban popularidad de hospitalarios.
 
b) La predicción de Bahira.
 
Vivía en ese convento un monje, famoso por su austeridad y sabiduría, llamado Bahira por los árabes y Sergio por los nestorianos.
 
La caravana de Abú Talib fue atendida con gran fraternidad por los monjes. Abú Talib y su sobrino fueron huéspedes de Bahira, quien muy pronto mostró especial interés por Muhammad. Relata la historia el siguiente diálogo:
 
"Bahira.- (señalando al muchacho) ¿Qué parentesco tiene contigo?
 
"Abú Talib.- Es mi hijo.
 
"Bahira.- No puede ser: este muchacho tiene que ser un huérfano.
 
"Abú Talib.- Es mi sobrino y ciertamente es huérfano.
 
"Bahira.- ¿Qué le pasó a su padre?
 
"Abú Talib.- Murió cuando su esposa estaba embarazada.
 
"Bahira.- Ahora dices la verdad. La profecía así lo explica".
 
Las atenciones preferentes de Bahira son para Muhammad. Conversa con él; le interroga: le examina. Le satisfacen sus con. testaciones. Admira su precocidad y pureza. Su juicio; la acertada visión de problemas morales y humanos: su sensibilidad en cuestiones sociales y religiosas. Es la imagen del candor, con respuestas del sabio autodidacta: es un pozo virgen de ciencia práctica; que brota de las más profundas raíces, sin maestro ni orientador humano.
 
Bahira está muy contento del encuentro y atiende con especial solicitud esta caravana.
 
En el momento de partir el anacoreta recomienda a Abú Talib:
 
"Cuida mucho y bien a tu sobrino. Es una joya humana. Y como tal codiciada y envidiada. Tendrá muchos enemigos; entre extranjeros y compatriotas, quienes atentarán contra su vida y sus doctrinas''.
 
Abú Talib queda muy impresionado con las palabras del monje.
 
Apresura el regreso; el intercambio y compra de mercancías.
 
El viaje ha constituido un éxito en experiencia; pero un mal negocio.
 
Abú Talib no es un buen comerciante; no conoce el arte del regateo en la compra ni el de la apología en la venta.
 
El objetivo de enriquecerse con la expedición al norte no se cumple.
 
Al contrario: la situación económica de la familia de Abú Talíb empeora.
 
c) Pastor de ovejas y cabras.
 
La angustia económica que sufre la familia de su tío impulsa a Muhammad a trabajar como pastor de rebaño menor; es decir: de ovejas y cabras.
 
Los nómadas, que se consideraban nobles e importantes, miraban con cierto desprecio a sus hermanos más pobres, que tenían que apacentar ovejas y cabras. Este trabajo no corresponde a un guerrero beduino. Ni tan siquiera a un hombre. Es tarea más propia de mujeres; de mujeres pobres: de muchachas desarraigadas.
 
A Muhammad no le importa trabajar como pastor, es una forma honrada de ganar el sustento y de ayudar a su familia: la de su tío Abú Talib.
 
Al llegar la primavera, este marco geográfico, pobre en subsuelo y rico en protagonistas que es la Arabia, ve, en los valles y en las laderas de ciertas montañas, crecer los pastos.
 
Los pastores me rodean por los Altos de La Meca, por Hedjaz, atravesaban la meseta del Nedj; los valles madianitas los montes Sarat, al sur de Taif y llegaban, en su camino hacia el sur, hasta los montes de Asir.
 
Estos rústicos pastores, que muchas veces, cuando no había cabras accidentada's, se alimentaban de jerbos, alcachofas silvestres, raíces de la palmera enana silvestre y los frutos de árbol espinoso arrak, cuando están ya ennegrecido's; estos pastores son gratos a Dios. Moisés, David y también Muhammad fueron pastores; primero de ganado menor: después de hombres.
 
Los pastores desarrollan el sentido de la observación has límites increíbles. Encuentran la hierba en los parajes menos pensados; pastos en las crestas de las montañas, que cabras y ovejas escalan penosamente; pero el exquisito sabor de su hierba es la recompensa más grata a tantos esfuerzos.
 
El pastor desentierra con su cayado las suculentas trufas; arranca las aromáticas lianas, que trepan entre grietas; encuentra algunos tipos comestibles de las euforbiáceas y al extraño sadan, forraje apetecido por el ganado, aunque por su exterior, una bola con pinchos, nada indique la secuencia de su contenido
 
No es fácil, ni cómoda, ni rentable la vida del pastor; pero tiene otras compensaciones: el análisis del suelo y del firmamento; la soledad, compañera íntima de la meditación, que si bien priva de la presencia del hombre, fomenta la búsqueda de Dios.
 
Muhammad, durante su época de pastor, ha fortalecido su dotes de observación, deducción e interpretación.
 
Pobre ha sido el salario; rica la enseñanza.
 
d) Ferias y Torneos.
 
En los meses de la "Tregua de Dios", cuando los están libres de bandoleros y las caravanas gozan de inmunidad; en ese período de peregrinación y libre comercio, se celebran las ferias -torneos de Ukaz, Majna y Dzumeljaz. Todas ellas concitaban la atención de una gran muchedumbre de árabes -ya fuesen nómadas o sedentarios-. Allí se daban cita comerciantes y clientes; poetas y músicos; aventureros y busconas: público en general.
 
Se considera la feria de Ukaz como la más importante de su género. En ella se unía lo útil y lo agradable: negocios; pactos tribales; derechos de pasaje. Se intercambiaban información política y religiosa. Se practicaban mil juegos con sus correspondientes apuestas. Había concursos de cantos, danzas y de poesías, a los que tan aficionados son los árabes.
 
Por la noche se celebraban muchos matrimonios, acordados con antelación entre distintos clanes, con gran fausto y abundancia de bebidas. Muchos jóvenes, tras las danzas y de haber ingerido grandes dosis de vino de dátil, se entregaban a prácticas licenciosas.
 
Muhammad, aunque fue invitado a presenciar y festejar algunos de estos matrimonios, no probaba las bebidas fermentada's y mantenía sin mancha su pudor sexual. Prefería los torneos poéticos, los mítines morales y los comentarios religiosos. También era aficionado a las competiciones deportivas, en especial las carreras de camellos y caballos, en las que los jinetes hacían gala de su habilidad y maestría, tanto en el arte de montar como en el manejo de las estas, que en estas oportunidades sólo se usaban como simple exhibición.
 
e) Guerra de profanación (Harb al fiyár)
 
La "Tregua de Dios" ha sido rota; profanada.
 
Tal hecho es grave e inadmisible. Sin tregua no hay peregrinos ni caravanas. Todo el andamiaje político, económico y religioso de La Meca se derrumbaría, como castillo sobre arena; como mercado sin mercancías ni clientes.
 
La guerra de profanación tiene su origen en An Nûaman Ibn al Mundir y la causa de Al Barrad ibn Qais al Kinani.
 
La historia empieza en la costumbre que tenía An Nûaman de enviar cada año una caravana procedente de Al Hira, cargada de almizcle, con destino a la feria de Ukaz. A su regreso, esa misma caravana transportaba pieles y telas del sur de la península arábiga.
 
Pretendía Al Barrad ser el guía jefe de la mencionada caravana; las mismas ambiciones al cargo tenía Ûrwa Ar Rahal ibn Ûdba Al Hawazini.
 
El dueño de la caravana An NÛaman eligió a Ûrwa, pues Al Barrad, en los últimos meses, había demostrado ser un borracho, persona agresiva y poco de fiar. Dichaelecci6n molestó en sobremanera a Al Barrad, quien con un grupo de bandoleros sigue la caravana, mata a ^Urwa y se apoderan de las mercancías y de los camellos. En su camino de huida hacia el sur se encuentra con el kuraichita Bichr ibn Abí Jazim y le dice: "Apresuraste a decir a los kuraichitas que la tribu de los Hawazim buscarán la venganza de su jefe entre los de vuestra tribu". Bichr le contesta: "Di más bien que será contra ti la venganza". "No, por cierto", responde Al Barrad: "yo soy muy poco para vengar a un jefe".
 
Efectivamente, tan pronto como los Hawazim supieron el asesinato de su jefe, se pusieron en furiosa persecución de los kuraichitas, quienes, inferiores en número, empezaron la retirada hacia La Meca. Los más rezagados fueron quienes pagaron las trágicas consecuencias, pues fueron alcanzados en Najia.
 
Los Hawazim continuaron la persecución, salvándose los kuraichitas al llegar a los límites de los territorios sagrados (Al harum). Allí se detuvieron los hawazim, gritando: "Os citamos a la guerra para el año siguiente en Ukaz". "Allí nos encontraréis", contestó Abu Sufiyán, el kuraichita.
 
Al año siguiente los kuraichitas acudieron a la cita. Entre ellos los hijos de Abdel Muttalib: Al Hariz, Abú Lahab, Harnza, Abú Talib y su inseparable sobrino: Muhammad, cuya edad, por ese entonces, debía oscilar entre los 16 y 21 años.
 
Sé desconoce con exactitud los cometidos que desempeñó. Se sabe de su presencia, pero no si tomaba parte activa como guerrero o se limitaba a llevar el carcaj y flechas de su tío Abú Talib.
 
Los resultados de estas escaramuzas bélicas, con pérdidas sangrientas y sin otros beneficios que lavar el honor de un asesinato, que tuvo consecuencias multiplicadoras en vidas humanas, sacrificadas en pro de rencillas tribales, confundían al espíritu sutil de Muhammad, que no encontraba objetivos válidos para tales acciones. No obstante y como miembro de una familia, ayudaba a los suyos, aunque no comprendiera bien la razón. Pero esa era la costumbre.
 
Por cuatro veces, consecutivas y anuales, kuraichitas y Hawazim, pelearon en los alrededores de Ukaz. Finalmente privó el sentido común y se establece la tregua; al estilo imperante: se contaron los muertos, mutilados y heridos. La diferencia de cifras tuvo que pagarse en camellos. Así, el vencedor tuvo que indemnizar al vencido. El equilibrio tribal no quedaba roto. La igualdad de fuerzas aconsejaría la paz.
 
f) La Alianza de los caballeros de la Justicia" (Hilf al fudúl).
 
Con la muerte de Abdel Muttalib se rompe la ya frágil unidad de los kuraichitas. Sus hijos y jefes de otros clanes quieren asumir la jefatura: las funciones de la Kaaba; pero ninguno, entre ellos, posee las virtudes ni la fuerza suficiente para tal logro. La atomización del poder, los jefecillos de taifas, se multiplican.
 
Resultado: una especie de anárquica república mal gobierna en La Meca. Los más perjudicados son los pobres, los débiles y los menesterosos; los hambrientos de pan y justicia.
 
En busca de soluciones. Az Zubair promueve una reunión e invita a los banu Hachim, a Zuhra, a Taim y algunos otros, a una comida en casa de Abdal-Lah Ibn Yudân. Entre el grupo figuraba Muhammad, que ya debería tener unos 20 años.
 
El objetivo era constituir una fuerza militar persuasiva que defendiese el código moral del árabe en toda circunstancia, en una palabra: imponer la justicia.
 
Justicia que en aquel entonces no alcanzaba al "individuo" desarraigado de la tribu, por motivos personajes; al beduino que se establecía como sedentario o viceversa. Este "desamparado" no tenía nadie que le defendiese ni justicia que se le aplicase.
 
Muhammad piensa la triste suerte de los "desamparados" entre los que incluye a los huérfanos, a las viudas y a muchos otros. Por eso la idea de integrar el "grupo" le entusiasma: le satisface plenamente y se constituye en paladín y divulgador. Consigue nuevos adeptos: Al Hariz ben Fihr, Asad, Zurnah, etc.
 
El ritual de los "Caballeros de la Justicia" se cumple delante de la "venerada piedra negra" en la Kaaba.. Frente a ella se bebe agua de Zam Zam. Se limpia la "piedra", se hacen las abluciones; se cumple, individualmente, el juramento diciendo: "El grupo será como una sola espada en favor del oprimido, de quien solicite justicia y la merezca. En contra del opresor, del tirano, del prepotente, aunque sea el más rico y poderoso, de la tribu más fuerte".
 
El juramento es a perpetuidad; mientras duren los montes de Dabir y Hira.
 
Muhammad se siente orgulloso de integrar el grupo. De ser un "caballero de la Justicia". Tales ideales, ese cometido, encarna sus más vivos deseos: ayudar al desamparado; al débil; al que sufre injustas persecuciones.
 
Un día, Muhammad dice: "No hubiera cambiado la gloria de pertenecer al grupo, por todos los camellos rojos que pueda haber en el desierto".

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