MUHAMMAD EL PROFETA: Caminos De Violencia
Enviado por admin el Sáb, 01/11/2014 - 22:27
La lucha contra el Profeta tuvo una primera etapa de simple amenaza, pura intimidación, vigilancia circunspecta, discusiones acaloradas y de boicoteo comercial y familiar.
Fracasadas las tentativas de silenciarle, gestión encomendada a su tío Abu Talib, o de aislarle de su tribu, que tampoco se consigue, hay que emplear otros medios más radicales; más violentos.
Cualquier medio será lícito, en este camino, ante la imperiosa necesidad de acallar a quien se atreve hablar mal de los dioses de nuestros antepasados y a quien denuncia y condena la avaricia de los comerciantes, la inmoralidad de las costumbres y la codicia de los usureros, dice Abu Sufiyan.
Los Kuraichitas, idólatras y materialistas, no pueden admitir las ideas religiosas y morales del Profeta, que cambiarían un sistema de vida al que no quieren renunciar. Además, las ideas de Muhammad ibn Abdal-Lah son inadmisibles, desde su punto de vista por dos razones: .
-una de tipo moral. Aceptar que sus antepasados han adorado falsos dioses, implica una censura y un castigo eterno, lo cual destruiría la gloriosa imagen de sus antepasados, que son el orgullo de la organización tribal;
- otra de tipo económico. Significaría su desastre financiero. La Meca es un continente de arena. No tiene ndustrias ni zonas agropecuarias ni subsuelo rico en minerales ni artesanía de ningún tipo. Toda su economía se basa en los ídolos y en los cuatro meses de tregua. Sin ellos no hay peregrinos ni caravanas.
En virtud de esas dos razones, capitales para ellos, hay que acallarle definitivamente. Hay que frenar de ualquier modo sus actividades misioneras . La suerte y el destino de La Meca van en ello.
En esta segunda etapa no habrá cuartel ni compasión. Y movilizan todos sus recursos subterráneos, ya que aún no quieren enfrentarse abiertamente contra los banu Hachim, pues ello significaría una guerra civil, que hoy por hoy se tiene que evitar.
La guerra sorda contra el Profeta y sus seguidores ha comenzado.
Cuando Muhammad, la paz sea con él, quiere predicar, una turba de asalariados de Abu Sufiyan ben Umaiya, cubre su voz con desaforados gritos y canciones obscenas y picarescas.
Por la noche y frente a la puerta de su casa, acumulaban basura y desperdicios de animales muertos. También hacían ladrar a los perros, lacerándolos brutalmente.
Muhammad, la paz sea con él, soportaba todas esas afrentas y molestias con verdadero estoicismo. Es un Profeta: y enviado de Dios.
Los satélites de Abu Sufiyan pasan a mayores represalias.
Un día, cuando el Profeta está prosternado, rezando, le tiran sobre su nuca la placenta de una oveja inmolada.
Muhammad, la paz sea con él, soporta la vil injuria. Entra en su casa. Se lava; reaparece y reinicia la oración.
Una tarde, cuando el Profeta, arrodillado, recitaba unas jaculatorias, Abu Jahl, por la espalda, le cubre la cabeza con el estómago de un camello, lleno de sangre y excrementos.
Muhammad, la paz sea con él, no puede levantarse, porque Abu Jahl le había atado con los intestinos del animal.
El Profeta comienza a sentir la asfixia. Trata de ponerse de pie: no puede. Le abandonan las fuerzas: cae desplomado al suelo.
Una buena mujer, testigo de la salvajada contra Muhammad ibn Abdal-Lah, corre a casa del Profeta. Encuentra a Ruqaya; le cuenta todo. La hija del Profeta, aunque muy asustada, reacciona, toma un cuchillo y corre cuanto le es posible. Llega junto a su padre; corta las ataduras y le retira el estómago del camello que como saco le cubría la cabeza. Las lágrimas y los gritos desaforados de Ruqaya son muchos, cuando le ve lleno de sangre y de inmundicias.
Al Profeta aún le queda valor para consolar a su hija, diciéndole:
"Son unos locos: no saben lo que hacen"; y añade: "Vamos a casa, debo lavarme y cumplir con la oración: el más sagrado y reconfortante de los deberes".
Al día siguiente, cuando el Profeta se dirige hacia la Kaaba, Uqbah ibn Abi Muait se le acerca por detrás, le cubre velozmente con una manta y le descarga una serie de fuertes golpes, dejándolo malherido en el suelo.
La ola de violencia se ha desatado. Violencia que es aún más brutal contra los musulmanes que sufren toda suerte de burlas y agresiones y que muchas veces terminan en baños de desangre y mutilaciones.
La Providencia, esta vez por manos de Hamza ibn Abdel Muttalib, tío del Profeta, impone una breve tregua a la sangrienta escalada.
Hamza, de regreso de una cacería, se entera de la barbarie de Abu Jahl contra su sobrino. Ello disgusta a su temperamento de caballero y deportista. Abu Jahl ha procedido traidoramente y con armas innobles.
Además la ofensa contra su sobrino, miembro de su clan, recae sobre su propio honor y con éste no se juega .
Dos razones mueven a Hamza a tomar su defensa:
—La solidaridad tribal (asabiya) y
—La solidaridad de sangre (achira).
Armado, tal como venía de la cacería; colérico y decidido a tomar venganza, se dirige en busca del agresor. Le encuentra cerca de la Kaaba . Le reta , públicamente, en desafío leal y le dice:
"Abu Jahl , hijo de la noche, traidor, como el viento que sopla contrario y sin aviso. Demuestra ahora, en igualdad de condiciones y cara a cara, que eres un hombre" .
Abu Jahl no puede huir. El desafío es público y Hamza le cubre la retirada. El combate es breve. Hamza es campeón en toda clase de combates. Le inflige un correctivo corporal, demoledor y sangriento.
Abü Jahl queda, en lo físico y en lo moral, hecho una piltrafa humana.
En el ardor del combate y tras su aplastante victoria, Hamza se dirige a la expectante multitud y les dice:
"Muhammad ibn Abdal-Lah, el hijo de mi hermano, no está solo. Su clan no le abandona. Además y a partir de hoy, me considero musulmán, quien tenga algo contra mí, ya sabe dónde encontrarme".
Hamza se sorprende de sus propias palabras. Las ha pronunciado él; pero no se explica por qué. Nunca había pensado en ello. Alguien las ha puesto en su boca. Hamza es hombre de honor y cuando dice una palabra nunca más la borra.
A veces los caminos de violencia se encuentran con los caminos de Dios. El Islam ha ganado un adepto; un deportista: un campeón.
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