MUHAMMAD EL PROFETA: La Espada, En Defensa Del Islam
Pero Muhammad, la paz sea con él, es un sumiso a Dios: un profeta, con un espíritu joven, ardiente y apasionado, al servcio de los creyentes y de la causa de Dios. Ahora las circunstancias o la Divina Providencia le exigen una nueva responsabilidad: la del poder temporal; la de jefe militar.
Los musulmanes, a partir de ese instante, son además de creyentes, soldados de Dios, en defensa de su fe y de su Profeta.
La espada se ha desenvainado en defensa del Islam. No empuñan los musulmanes el torvo acero con afán de ataque o agresión. Toman el arma en defensa de sus amenazadas vidas y en favor de su apasionada fe.
Muhammad, la paz sea con él, se ve impelido a formar un ejército que les defienda de los poderosos e implacables kuraichitas.
Pero ¿cuáles son sus medios? Sin armas y sin capacidad económica, ¿cómo lograrlo?, Sólo dispone de unos pocos hombres y unas viejas espadas, que tendrán que suplir con su moral, arrojo y fe en Dios, la inferioridad en número, armas y caballos. Sí, en la moral: en la fe, está la victoria.
El Profeta reúne a sus fieles y les recita las siguientes suras:
¿No combatiréis contra un pueblo
que ha violado sus juramentos
y expulsado al Profeta?
Ellos empezaron los primeros.
¿Tenéis miedo de ellos?
Si sois creyentes al único
que tenéis que temer es a Dios.
¡Defenderos! Dios les castigara
con vuestras manos y les deshonrará .
Vosotros contaréis con su ayuda,
que fortalecerá los corazones
de todos los creyentes.
(Corán , 9,13 - 14. Sura At Tauba: Vers. del arrepentimiento)
Los musulmanes vibran de fervor. Tienen plena confianza en Dios y en su Profeta. No temen a los kuraichitas, que amenazan sus vidas y el honor de sus mujeres.
Ansare, muhayirun, asiamitas, sahmitas y otras tribus aliadas, se aprestan a la lucha.
La espada, decía el Profeta, es "la llave del cielo y del infierno", según se use. Los que la empuñan en defensa de la fe, de la población creyente y pacífica y porque han sido agredidos, serán recompensados con ventajas temporales y con el Paraíso.
Cada gota de sangre derramada por un guerrero, en pro de la "causa de Dios", será anotada en su favor el Día de la Resurrección, quedando sus pecados borrados; ya que un día de lucha, en defensa del Justo, tiene tanto o más mérito que un día de oración, de ayuno o un acto de limosna.
Por el contrario quien saque la espada en favor de la idolatría, de intereses mundanos y egoístas, sufrirá en vida la amargura de su derrota y los tormentos del fuego eterno.
El Profeta recomienda a los musulmanes que no desenvainen la espada más que en casos de absoluta necesidad y tras agotar todos los intentos de paz.
En una conversación mantenida con su primo Alí ibn Abu Talib, el Profeta le dice:
"No emplees nunca tu espada antes de haber invitado al transgresor a establecer un pacto o invitarles a que adopten el Islam. Si declinan el ofrecimiento no les combatas antes de que hayan tomado ellos la iniciativa".
También aconseja el Profeta a los musulmanes que, en caso de verse forzados al combate, sean moderados en sus impulsos de represalias o venganzas, si Dios les concede la victoria. No uséis entonces el rigor por el rigor; el odio por el odio. Vosotros no sois idólatras, sino musulmanes; lo que significa sumisos y temerosos de Dios. El Misericordioso. Y añade:
"Nunca matéis ni mutiléis a mujeres, niños, ancianos, enfermos o indefensos. No destruyáis sus viviendas. No taléis los árboles ni incendiéis las cosechas. Sed cautos y justos con el botín, sin aprovecharos nunca de la lucha que os impone la defensa del Islam, para cometer inhumanos saqueos. La clemencia y la misericordia son virtudes muy gratas a los ojos del Altísimo".