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MUHAMMAD EL PROFETA: El Bando De La Prohibición

 

Cada nueva conversión al Islam es motivo de preocupación y de enojo para Abü Sufiyan.

Su odio contra el Profeta es cada día mayor y las causas muy distintas:

—Pugna entre tribus. Pretende que su clan: los umeyas, sustituyan a los hachimitas en las funciones oficiales de la Kaaba, así como en los honores qué la ciudad confiere por esos títulos.

—Escrúpulos religiosos. Sus antepasados adoraron a los ídolos y la gloria de los progenitores no se puede condenar ni ofender, Además que la destrucción de los ídolos supondrían el cese de peregrinos, de la "Tregua de Dios" y la reducción de las caravanas, lo que sería fatal para los grandes comerciantes de La Meca, de los cuales él es el preboste.

—Envidia personal a Muhammad ibn Abdal-Lah, por su matrimonio con Jadiya, que Abü Sufiyan quería emparentar con sus familiares.

Todas las presiones y violencias contra Muhammad, la paz sea con él han fracasado.

Hay que buscar un nuevo método que aniquile a todos los musulmanes. Una idea diabólica pasa por la mente de Abü Sufiyan. La repasa, la amplía: la perfecciona. Y la explica a todos los umeyas ya Abu Lahb, el cual es su satélite más fervoroso. Consiste en un bloqueo familiar y económico contra Muhammad y sus adeptos.

La idea se redacta en un pergamino en forma de bando, o decretó (Sahifa), qué se cuelga en una pared interior de la Kaaba.

Consta de varios capítulos, tras el preámbul o correspondiente, que explica los daños que supondrían para La Meca la destrucción de los ídolos y la conversión masiva al Islam.

Los puntos más esenciales son:

— Prohibición de cualquier tipo de relación comercial con los musulmanes y contra bani Abdel Muttalib y banii Hachim.

—Prohibición de matrimonios con hombres o mujeres musulmanes.

—Prohibición de dirigirles la palabra.

—Prohibición de que habiten en La Meca.

—Prohibición de convivir con ellos, no importa en qué lugar.

Este bando tendrá la duración hasta "el día que Muhammad ibn Abdal-Lah renuncie públicamente al Islam o sea entregado por su tribu, para que se le mate " .

La fecha de promulgación de este bando se puede fijar alrededor del año 616.

Todos los clanes de los Banu Hachim y los Banu Abdel Muttalib, incluyendo Al Abas, toman partido con Muhammad ibn Abdal-Lah, aunque muchos de ellos no sean musulmanes; pero la solidaridad tribal es tan fuerte que todos ellos, a excepción de Abu Lahab, le acompañan en el destierro.

Se refugian en unas grutas —rocas con hendiduras— (Chib) que hay en las montañas cercanas a La Meca. Las viviendas son miserables, una especie de chabolas que en su conjunto forman una kasba, de las más pobres que pueda imaginarse. En ellas se guarecían los esclavos y los "fuera de ley '*.

La vida de los refugiados es penosa. Sin una mata de vegetación; sin una hierba que pueda servir de pasto; sin poder salir fuera de la gruta, pues el abrasador sol cae como lenguas de fuego. Sin poder proveerse de los alimentos más necesarios, solo los que transportan al final de la Tregua de Dios y que tienen que alcanzar para más de seis meses; Sin poder comerciar ni ganarse la vida. A punto de perecer de inanición e inercia; aletargados en la cueva, en ese "invierno de prueba" a que les someten los kuraichitas y que ellos aceptan en honor de sus creencias.

Los kuraichitas han establecido un asedio, para impedir que fuesen abastecidos. El cerco es riguroso. Centinelas armados vigilan noche y día. Nadie, sin exponer su vida; puede rómpérlo. Un sobrino de Jadiya que lo intentó; está apunto de ser linchado.

Las posturas se endurecen. Los kuraichitas se mantienen inflexibles. Los musulmanes están dispuestos á morir por su Dios.

La " Tregua de Dios" es un alivio y un descanso para todos. Durante ella los musulmanes descienden a La Meca. Los kuraichitas retiran la guardia. Se interrumpen todas las hostilidades. Reina la armonía: la paz.

Pero la "Tregua de Dios" transcurre pronto. El "bando de la prohibición" retoma su vigencia: Los musulmanes á la kasba. Los Kuraichitas restablecen el cérco. Esta Situación ya dura tres años, con el consabido desgaste físico, moral y económico.

Mantener durante esos años a la comunidad musulmana ha resultado ruinoso para todos los Banu Hachim y los Banu Abdel Muttalib; pero de manera especial para Jadiya y Abu Bakr que han corrido con todos los gastos, hasta que su fortuna personal se ha reducido a la nada. Ha sido la ruina material; sólo el alma ha salido beneficiada; la fe robustecida.

Tampoco los kuraichitas pueden sentirse satisfechos. Mantener el cerco impone muchos gastos e inconvenientes; sólo su orgullo y su odio se ven recompensados.

Una vez más los designios de Dios se imponen sobre la voluntad de los hombres. El "bando de la prohibición" colgado en el muro de la Kaaba aparece, una mañana, carcomido por las termitas; los ávidos insectos han devorado el pergamino en su casi totalidad. Sólo quedan legibles las siguientes palabras: "En Tu Nombre, Señor ...". La noticia se propaga y es comentario obligado en La Meca y bien pronto llega a las montañas: a los musulmanes, que ven en ello la mano de Dios.

Entre los kuraichitas —muchos de los cuales ya estaban cansados de esa situación, que les divide en dos bandos; que atenta contra sus beneficios comerciales y que ahora, por lo visto, les enemista con sus dioses— cunde el pesimismo y la voluntad de un arreglo.

Así se manifiestan Hicham ben Amr; Abu al Batjuri; Zama ben al Aswad; Zuhair ben Abi Umaya y muchos otros que proponen la derogación del "decreto de prohibición", que finalmente es abolido por la "asamblea de las tribus".

Los musulmanes regresan a La Meca entonando suras de alabanza de Dios, aunque su físico esté apergaminado y sus economías maltrechas. Los kuraichitas se sienten vencidos. Abu Sufiyan, avergonzado, destila nuevas ansias de venganza.

Unos acontecimientos históricos suavizan la humillación de los kuraichitas idólatras: "la victoria de los persas sobre los bizantinos, que les significa la conquista de Siria y parte de Egipto".

La derrota de los cristianos bizantinos, cuyas doctrinas, en su origen y esencia, son tan similares a las de los musulmanes, mitiga su propia derrota. Muhammad, la paz sea con él, recita la siguiente sura, que tranquiliza a los musulmanes, que sienten más simpatías por los cristianos que por los "magos":

 

Los griegos han sido derrotados,
en lugares cercanos a nuestro país;
pero tras su derrota, en unos cuantos años,
serán vencedores.
(Corán, 30,1-2. Sura Ar Rum: Vers. de los griegos)

 

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