MUHAMMAD EL PROFETA: Las Colinas De Safa, Primera Llamada Al Islam
¿El motivo?... Informarles de un grave peligro que se cierne sobre los habitantes de La Meca.
¿Lugar?... Las colinas del monte Safa, que se levanta cerca de La Kaaba. Es un paraje árido, pedregoso y escalonado: sin vegetación.
¿Hora?... Al atardecer, cuando el sol es menos abrasador y la temperatura más soportable.
Muhammad ibn Abdal-Lah es qu i en promueve la reunión.
El convocante goza de popularidad, fama y prestigio. No en vano es el esposo de la acaudalada Jadiya y el hombre que, por azares del destino, colocó, tras la restauración del templo, la "piedra negra" de Abraham, en la hornacina del muro exterior de la Kaaba.
La convocatoria ha encontrado eco. Una abigarrada y numerosa concurrencia toma asiento en los pedregales de la colina.
La curiosidad y el miedo han sido los activos promotores. Es un hormiguero humano. Gente de todas las tribus, de todas las edades y sexo, están presentes en la ladera.
Con voz fuerte y emocionada el Profeta se dirige a la muchedumbre:
"Oh banu Qusay, Oh banu Abd Manaf, Oh banu Hachim, Oh Banu Abd Chams, Oh banu Harb, Oh banu ' Asad, ¿me creeríais si os dijese que el enemigo puede llegar esta misma tarde? "
"Te creeríamos, dicen muchas voces, tú nunca nos has mentido".
"¿Os gustaría, añade el Profeta, vencer a vuestro mayor enemigo para siempre?".
"¿Quién es y dónde está ese enemigo?", pregunta la multitud.
"El enemigo sois vosotros mismos y está en vuestro corazón, boca y mente".
"Tú te burlas de nosotros;eso no es posible", le responden.
"Yo no me burlo de nadie. Está en vuestro corazón, pues adoráis a falsos dioses y en vuestra mente, pues sois idólatras, y en vuestras palabras cuando alabáis a fetiches y objetos. Dios es Único y no tiene socio. Si le adoráis y cumplís con sus cultos y creencias, yo os ofrezco, en su nombre, las bendiciones de este mundo y las delicias eternas del paraíso.
"Volved al recto camino. Glorificad a Dios, Creador de los Mundos. Señor del Día del Juicio Final".
La sorpresa de los espectadores es grande al oír estas palabras.
Abu Lahab estalla en furor:
"Maldito embustero: ¿es para escuchar semejantes locuras para lo que nos has congregado?"
Abu Sufiyan, que no olvida la afrenta de Hachim a su abuelo Abd Chams, le increpa:
"¡Que te pierda tu madre! ¿Cómo te atreves a hablar mal de los dioses de mis padres?"
A los gritos e insultos se acompaña una lluvia de piedras, lanzadas por sus "parientes más cercanos" contra Muhammad, la paz sea con él, quien sigue hablando:
"Si no adoráis al Dios Único caerán sobre vosotros los más terribles castigos".
Umm Jamil, la arpía poetisa, le lanza dardos de emponzoñadas palabras:
"Impostor, alucinado, falso profeta, eres la carroña que desprecian las hienas. Eres la peste que se ensaña con los muertos. Sobre ti caerán los castigos y las piedras".
El tumulto se generaliza; los pocos musulmanes que acompañan al Profeta, intentan cubrirle con sus cuerpos. Arrecia la pedrea.
La noche, con su oscuro manto, protege al Profeta y sus seguidores.
La enfurecida turba regresa a sus hogares.
La segunda convocatoria pública del Islam tampoco ha tenido éxito. Los musulmanes quedan maltrechos y afligidos. Muhammad, la paz sea con él, les consuela, diciéndoles:
"Aunque sus oídos son más duros que estas piedras, el nombre de Dios, un día, penetrará por ellos y conquistará sus corazones."
"Y no olvidéis las palabras que me reveló Dios:
pues está, El, por encima de sus asociados.
(Corán, 16,1. Sura An Nahl: Vers. de las abejas)
Y ¡anuncia lo que te ha sido ordenado
y aléjate de los idólatras!
Ciertamente Yo te basto
contra los burlones que colocan
junto a Dios otras divinidades.
¡Terminarán dándose cuenta de su error!
Sabemos que tu pecho se aflije con lo que dicen.
Celebra las alabanzas de tu Dios;
y sé tú uno de los qué se postran.
¡Adora a tu Señor hasta el fin de tus días!
(Corán , 15, 94- 99. Sura Al Hiyir: Vers. de Petra)
Las palabras de Dios tienen efectos mágicos: los dolores físicos han desaparecido; los espíritus se han econfortado. Los musulmanes regresan tranquilos y esperanzados a sus casas.
Abü Lahab y su esposa Umm Jamil han hablado muy seriamente con sus hijos Utba y Utaiba, respecto de la conveniencia de seguir emparentados con la familia de un hombre que les amenaza con terribles castigos y pide que renuncien a los dioses que siempre adoraron. Resultado: las hijas del Profeta son repudiadas por sus maridos. Ruqayay Umm Kultum regresaron, divorciadas, a casa de sus padres.
El Profeta trata de consolarlas. Sus hijas, informadas de los motivos espirituales que tienen sus padres para hablar así de Dios y aconsejar a los kuraichitas que adoren al Dios Único, abrazan a sus progenitores y piden recibir instrucción islámica, mostrando vivos deseos de ser musulmanas.
La reunión en las colinas de Safa empieza a tener sus frutos.