La Verdadera Musulmana Escoge Un Trabajo Que Satisfaga Su Naturaleza Femenina
El Islâm ha librado a las mujeres de la carga de tener que trabajar para ganarse la vida y lo ha hecho obligatorio para su padre, hermano, esposo, u otro pariente de sexo masculino que la sustente. Por ello, la mujer musulmana procura no trabajar fuera del hogar, a menos que existan necesidades económicas apremiantes, debido a la falta de un pariente o un esposo para mantenerla honrosamente. O que su comunidad la necesite para trabajar en una área especializada, propia su naturaleza femenina y que no comprometerá su honor o religión.
El Islâm ha hecho obligatorio que un hombre gaste en su familia, y le ha otorgado la responsabilidad de ganarse el sustento para que su mujer pueda dedicarse a ser una esposa y madre, creando así una atmósfera alegre y agradable en el hogar. Al mismo tiempo ella se encarga de organizar y manejar los asuntos de la casa.
Ésta es la visión islámica de la mujer y de la familia, y Ésta es además la filosofía islámica del matrimonio y de la vida familiar.
La filosofía materialista sobre el papel de las mujeres, el hogar, la familia y los hijos está basada en lo opuesto a esto. Cuando una jovencita llega a cierta edad - habitualmente los 17 años- ni su padre, ni su hermano, ni tampoco ninguno de sus parientes de sexo masculino están obligados a apoyarla. Ella, a partir de ese momento, debe buscar trabajo, sustentarse a sí misma, y ahorrar todo lo que pueda ofrecer a su futuro marido. Si se casa, tiene que ayudar a su marido en los gastos del hogar y en los hijos. Cuando es mayor, si todavía puede ganar dinero, debe continuar trabajando para ganarse la vida, aunque sus hijos sean adinerados y de buena posición.
Sin lugar a dudas, la musulmana sensata comprende la gran diferencia existente entre la posición de la mujer musulmana y la posición de las mujeres en las sociedades incrédulas. La musulmana es honrada, protegida y se le garantiza una vida decente. La mujer incrédula, en cambio, trabaja duramente y está sujeta al agotamiento y a la humillación, especialmente cuando llega a la ancianidad.
Desde fines del siglo pasado, los pensadores occidentales se han quejado continuamente de la difícil situación de las mujeres occidentales. Ellos previnieron a sus pueblos sobre el inminente colapso de la civilización occidental debido a la salida de las mujeres a trabajar, la consecuente desintegración de la familia y el abandono de los hijos.
El gran da'î islámico Dr. Mustafa al Sibâ'î, que Allâh tenga misericordia de él, recolectó un gran número de comentarios de pensadores occidentales en su libro titulado, Al mar 'ah bayna al fiqh wa 'l qânûn (La Mujer entre el Fiqh y la Legislación). Estos comentarios reflejan la severa angustia y enojo experimentados por aquellos pensadores cuando veían cuán bajo había caído la posición de las mujeres en occidente. Nosotros veremos aquí sólo unos cuantos de esos comentarios los cuales brindan una vívida impresión del estado de las mujeres en Occidente.
El filósofo economista francés Jules Simon dijo: "Las mujeres han comenzado a trabajar en factorías textiles, en imprentas, etc... El gobierno las está empleando en fábricas, donde sólo pueden ganar unos pocos francos. Pero, por otro lado, esta nueva situación ha destruido completamente las bases de la vida familiar. Es cierto, el marido puede beneficiarse de las ganancias de su esposa pero aparte de esto, sus demás ganancias se verán disminuidas porque ahora, ella está compitiendo con él en el trabajo".
Él también comentó lo siguiente: "Existen otras mujeres, de clase alta, que trabajan como bibliotecarias, vendedoras de tiendas, o como empleadas del gobierno en el campo de la educación. Varias de ellas trabajan para el servicio telegráfico, la oficina de correos, los ferrocarriles o el Banco de Francia pero estas ocupaciones no hacen más que alejarlas de sus familias".[1]
"Una mujer debe continuar siendo una mujer, pues con esta cualidad podrá encontrar la felicidad o llevarla hacia los demás. Reformemos la posición de las mujeres pero no la cambiemos. ¡Guardémonos de convetirlas en hombres porque eso les provocaría una gran pérdida, y nosotros lo perderíamos todo! La naturaleza [2] ha hecho toda las cosas perfectamente por eso, estudiemosla, y tratemos de mejorarla, pero cuidémonos de lo que nos pueda llevar fuera de sus leyes".[3]
La famosa escritora inglesa Ana Ward dijo: "Para nuestras hijas es mejor trabajar como sirvientas domésticas o como sirvientas en el hogar. Esto es mejor y menos desastroso que dejarlas trabajar en fábricas, donde una jovencita se vuelve sucia y su vida se ve destrozada. Desearía que nuestro país fuera como las tierras de los musulmanes, donde la modestia, la castidad, y la pureza son como un atavío (de la mujer). Allí, los siervos y los esclavos llevan la mejor vida, pues son tratados como los niños de la casa y nadie perjudica su honor. Sí, es una fuente de vergüenza para Inglaterra que hagamos de nuestras hijas ejemplos de promiscuidad al mezclarse con los hombres. Porque no intentamos aspirar a aquello que hace que una jovencita trabaje en algo conforme a su temperamento natural, es decir, permaneciendo en el hogar, y dejando el trabajo de los hombres a los hombres, para así mantener a salvo su honor".[4]
La mujer incrédula envidia a la mujer musulmana y anhela poder tener algunos de los derechos, honor, protección, y estabilidad que disfruta la mujer musulmana. Existen numerosas pruebas de esta aseveración, algunas de las cuales han sido citadas anteriormente. Otro ejemplo es el comentario de una estudiante italiana de Derecho en la Universidad de Oxford, después de haber escuchado algo sobre los derechos de las mujeres en el Islâm y cómo otorgó el Islâm a las mujeres toda clase de respetos al ahorrarle la obligación de ganarse la vida para dedicarse solamente a cuidar de su marido, y de su familia. Esta joven italiana dijo: "Envidio a la mujer musulmana, y desearía haber nacido en vuestro país".[5]
Esta realidad se introdujo en las mentes de las líderes de los movimientos de mujeres en el mundo arábigo, especialmente aquellas que fueron razonables y justas. Salma al Haffar al Kazbari, quien visitó Europa y Estados Unidos más de una vez, comentó en el periódico de Damasco Al Ayyâm (3 de Septiembre de 1962) en respuesta a las observaciones sobre la miseria de la mujer americana contenida en el libro Ard al sihr (La Tierra Mágica) del profesor Shafiq Yâbri lo siguiente:
"El sabio viajero advirtió por ejemplo, que los norteamericanos enseñan a sus hijos desde temprana edad a querer a las máquinas y a aspirar al heroísmo en sus juegos. Él también resaltó que las mujeres han comenzado a realizar el trabajo de los hombres en las terminales automotrices y en la limpieza de las calles y se lamentó por la miseria de la mujer que consume su juventud y su vida haciendo algo que no corresponde a su naturaleza y actitud femeninas. Lo que el profesor Yâbri tiene que decir me hace sentir feliz porque yo regresé de mi propio viaje a los Estados Unidos hace cinco años sintiéndome apesadumbrada por el compromiso de las mujeres que se dejaron llevar por las corrientes de ciega igualdad. Me siento afligida por su lucha por ganarse la vida, porque hasta han perdido su libertad, esa libertad absoluta que se esforzaron en alcanzar durante largo tiempo. Ahora se han convertido en prisioneras de las máquinas y del tiempo. Hoy en día, es muy difícil volver atrás y desafortunadamente es verdad que las mujeres han perdido la mejor y la más querida de las cosas que se les garantizó por naturaleza, es decir su femineidad y su felicidad. El trabajo continuo y extenuaste les ha provocado la pérdida del pequeño Paraíso que es el refugio natural tanto de los hombres como de las mujeres por igual. Los niños no podrán crecer y prosperar sin la presencia de una mujer que permanezca en el hogar junto a ellos. Es en el hogar y en el seno de la familia donde descansa la felicidad, tanto de la sociedad como de los individuos al ser la familia la fuente de la inspiración, bondad, y talento".
Arrojar a las mujeres al campo de batalla del trabajo donde deben competir con los hombres para tomar su lugar o compartir sus puestos cuando no hay necesidad de hacer tal cosa y cuando los intereses de la sociedad en su conjunto no lo exigen, constituye en verdad, un grave error. Es una gran pérdida que las naciones y los pueblos sufran estas consecuencias en tiempos de declinación, tribulación y error. No obstante, la musulmana guiada por el Qur’ân y la Sunnah no acepta ser arrojada a ese campo de batalla y rehusa a convertirse en una mercancía barata por la cual pugnan los ambiciosos capitalistas. Y tampoco quiere convertirse en una de las llamativas muñecas de cuya compañía disfrutan los hombres inmorales. Ella rechaza con tenaz orgullo ese falso "progreso" que invita a las mujeres a salir descubiertas, casi desnudas se diría, y engalanadas con maquillaje para trabajar al lado de los hombres en las oficinas. A decir verdad, con esta postura prudente, equilibrada y honorable ella está prestando un gran servicio a su sociedad y a su nación al hacer un llamamiento para acabar esta ridícula competencia de las mujeres con los hombres en el lugar de trabajo y la consecuente corrupción, abandono de la familia y derroche de dinero. Ésta es la mejor buena obra que una mujer puede llevar a cabo como fue reflejado en los comentarios del gobernante de Corea del Norte en la conferencia de la Unión de Mujeres celebrada en su país en 1981:
"Hemos hecho entrar a las mujeres en la sociedad pero la razón no estriba definitivamente en una falta de trabajadores. Hablando francamente, la carga, ahora es sostenida por el estado porque el hecho de que las mujeres salgan es más importante que el aporte de su trabajo.... ¿Entonces por qué queremos que las mujeres salgan y sean activas en la sociedad? Porque el propósito principal es hacer que las mujeres sean revolucionarias, a fin de que se conviertan en una parte de la clase trabajadora a través de su actividad social. Nuestro partido estimula a las mujeres a salir y ser activas en animar a otras mujeres a ser revolucionarias y a ser parte de la clase trabajadora, no importa cuán grande sea la carga para el estado".
Sin dudas, la musulmana verdaderamente guiada conoce exactamente donde se halla situada cuando se percata de la gran diferencia existente entre las leyes del Islâm y las leyes de la yâhiliiah. Por ese motivo, elige las leyes de Allâh y no presta ninguna atención a las llamadas sin sentido de la yâhiliiah que vienen de aquí y de allá, cada vez más frecuentemente:
[¿Acaso pretenden un juicio pagano? ¿Y quién mejor juez que Allah para quienes están convencidos de su fe?] (5: 50)